La cultura de Tayikistán es una de las más antiguas y mestizas de Asia Central. Heredera de las civilizaciones persas que florecieron en la ruta de la seda y enriquecida por las influencias turcas, rusas y mongolas, la identidad tayika se expresa a través de artesanías coloridas, poemas épicos, melodías hipnóticas y un cine que busca su voz propia. Este artículo invita a explorar la cultura viva del país, una mezcla de tradición y modernidad que se renueva constantemente.
Arte y artesanía
La artesanía es el alma creativa de Tayikistán. En pueblos y bazares se pueden ver mujeres cosiendo suzani, tapices bordados con hilos de seda que representan flores, estrellas y amuletos protectores. Cada región tiene su estilo: los suzani de Khujand utilizan colores fríos y motivos geométricos, mientras que los de Kulob se caracterizan por tonos cálidos y grandes flores estilizadas. Otra artesanía importante es el ikari o tejido de seda ikat, donde los hilos se tiñen siguiendo patrones antes de tejer, creando diseños difuminados que parecen acuarelas.
En las montañas de Badakhshan, los artesanos trabajan la madera para elaborar instrumentos musicales como el rubab (laúd de tres cuerdas) y la doira (pandereta), así como platos y cucharas tallados con motivos de animales. Las joyeras utilizan plata y piedras semipreciosas para hacer pendientes y brazaletes que se transmiten como herencia familiar. Los ceramistas de Istaravshan y Rishtan (en el vecino Uzbekistán, pero muy influyentes en la región) producen platos de loza vidriada en azul y verde, decorados con patrones de lianas y granadas.
La artesanía no solo es un medio de subsistencia, sino también un lenguaje simbólico. Los motivos florales aluden a la fertilidad y la vida eterna, los nudos protegen contra el mal de ojo, y los colores reflejan estaciones y emociones. En los últimos años se han creado cooperativas de mujeres para preservar estas técnicas y adaptarlas a productos contemporáneos como cojines, bolsos y prendas de moda.
Literatura y poesía
La lengua tayika (una variante del persa) posee una rica tradición literaria que se remonta a los poetas cortesanos del califato samánida. Rudaki, nacido en el siglo IX en la ciudad de Penjikent, es considerado el padre de la poesía persa. Sus versos celebran la naturaleza, el amor y la fugacidad de la vida. Siglos después, el poeta Firdousí compuso el Shahnameh (Libro de los Reyes), un épico que narra la historia mítica de Persia y que sigue inspirando a los tayikos en su conciencia nacional.
En el siglo XX, la literatura tayika vivió un renacimiento gracias a autores como Sadriddin Aini, quien escribió novelas y ensayos sobre la vida rural y la opresión feudal, y Mirzo Tursunzoda, poeta y diplomático cuya obra promueve la paz y la amistad entre los pueblos. Sus poemas revolucionarios se convirtieron en himnos de la república durante la era soviética. La poeta Gulrukhsor Safieva, una de las voces femeninas más reconocidas, escribe sobre el amor, la patria y la experiencia de las mujeres.
La tradición oral sigue viva en los pueblos, donde los dastans (relatos épicos) y las masnavis (poemas didácticos) se recitan en bodas y fiestas. Los bardos (girs) transmiten historias de guerreros y amores imposibles acompañados por instrumentos de cuerda. Estos relatos enseñan valores como la valentía, la justicia y la hospitalidad.
Música y danzas
La música tayika es un puente entre mundos. El género shashmaqam, originario de las ciudades de Bujára y Samarcanda, combina poesía sufi con melodías modales ejecutadas en rubabs, tanbūrs y dutar. Se estructura en seis suites (maqoms) y se interpreta en reuniones espirituales. Aunque comparte raíces con el maqam uzbeko, la versión tayika tiene un carácter más introspectivo.
En las montañas de Badakhshan, la música pamiri se distingue por sus ritmos sincopados y su uso de escalas pentatónicas. Los cantos falak, de tono melancólico, hablan del destino y la separación; se cantan durante las noches estrelladas y las ceremonias navruz. Los instrumentos tradicionales incluyen el setar pamiri, el dutar y la ghichak, un violín de arco. Las mujeres interpretan canciones de trabajo y nanas (canciones de cuna) con voces agudas y vibrantes.
Las danzas tayikas combinan delicadeza y energía. La danza de las flores del norte imita el movimiento de los capullos al abrirse, con giros y gestos de manos graciosos. En Khatlon se baila la dansa de la almohada, en la que las mujeres sostienen cojines bordados mientras describen círculos acompasados. Los hombres ejecutan pasos vigorosos en la leóz, una danza guerrera que recuerda a la caza y al combate. Durante Navruz se organizan competiciones de danza y música donde jóvenes y ancianos participan conjuntamente.
Cine y artes visuales
El cine tayiko nació en la era soviética. Durante los años 1950 y 1960, el estudio Tajikfilm produjo documentales y largometrajes que exaltaban la vida rural y la industrialización. Películas como La doncella de la montaña de Boris Kimyagarov narraban historias de amor en los valles y promovían la igualdad de género. En los años 1990, tras la independencia y la guerra civil, surgieron obras más introspectivas. El director Bakhtyar Khudojnazarov alcanzó reconocimiento internacional con Kosh ba kosh (1993), una tragicomedia sobre un joven que regresa a Dusambé y debe casarse con una mujer ganada en una apuesta. La película ganó el premio Leoncino d’Oro en Venecia.
Otros cineastas destacados incluyen a Jamshed Usmonov, cuyo film Angel on the Right (2002) retrata la corrupción y la ironía en un pequeño pueblo, y Nosir Saidov con Qiyami ruh (La revolución del alma), centrado en la pérdida de valores tradicionales. El festival de cine Didor en Dusambé, fundado en 2004, se ha convertido en una plataforma importante para cineastas de Asia Central y promueve producciones experimentales.
Las artes visuales contemporáneas de Tayikistán también están ganando reconocimiento. Pintores como Usto Mumin fusionan motivos suzani con iconografía moderna, mientras que colectivos de artistas urbanos decoran muros de Dusambé con murales que celebran la diversidad y la ecología. Galerías como Bactria Cultural Centre exponen obras de cerámica, grabado y fotografía de jóvenes creadores.
Voces y testimonios
Aunque no podemos reproducir aquí entrevistas completas, viajar por Tayikistán ofrece la oportunidad de escuchar a artistas y artesanos en su propio entorno. En la aldea de Childukhtaron, por ejemplo, las bordadoras explican cómo aprendieron su oficio de sus abuelas y cómo cada suzani cuenta la historia de su familia. En Khorog, músicos pamiris demuestran cómo afinan el dutar y cómo improvisan letras en honor a los invitados. En Istaravshan, un ceramista muestra el proceso de torneado y vidriado mientras habla de la paciencia que exige su arte. Estas conversaciones revelan una profunda conexión entre las personas y sus tradiciones, así como el deseo de compartirlas con el mundo.
Preservar la cultura en la modernidad
La modernidad trae consigo retos para la cultura tayika. Muchos jóvenes emigran a Rusia o Kazajistán en busca de trabajo y se alejan de las artes tradicionales. La globalización y los medios digitales introducen nuevos estilos musicales y estéticos que compiten con los locales. Sin embargo, también surgen iniciativas para proteger y revitalizar el patrimonio: escuelas de música que enseñan shashmaqam, talleres de bordado patrocinados por ONG, e instituciones como el Museo Nacional de Tayikistán que organizan exposiciones itinerantes.
La cultura viva de Tayikistán no es una pieza de museo, sino un proceso en constante evolución. Los artistas combinan lo antiguo y lo nuevo; los poetas escriben en persa y en ruso; los jóvenes comparten sus canciones en redes sociales mientras aprenden ritmos ancestrales. Como viajero, puedes contribuir valorando y consumiendo productos artesanales auténticos, asistiendo a conciertos y proyecciones locales, y respetando las normas sociales. Al hacerlo, serás testigo de una cultura que vibra al ritmo de sus montes y ríos y que sigue transmitiendo su belleza de generación en generación.





